Lo que es y lo que fue: una aproximación al tiempo en Los pasos perdidos
Daniel Pezzella
Facultad de Ciencias Sociales
UNLZ
Una de las características más distintivas de la novela moderna es lo que Dario Villanueva (1994: 40) denomina “nuevos tratamientos del tiempo”. Dice que estos tienen, en buena medida, origen en el descrédito en el cual ha caído la idea de Eternidad. Sin embargo, en Los Pasos Perdidos el tiempo más que como estrategia de presentación textual, aparece como tema.
Todo relato que implique viaje y aprendizaje debe aludir a alguna forma de pasaje. De un lado, quedará ‘lo que fue’, del otro, una vez cruzado el pasaje, ‘lo que será’ de allí en más.
En Los Pasos Perdidos el pasaje se halla plasmado en el pasadizo (209) fluvial por el que penetra la curiara. La percepción se trastoca (210) por efectos del paisaje. Cruzado el pasadizo, la primera prueba ha culminado. Justo antes de cruzar, el protagonista imagina que forma parte de una expedición conquistadora del S. XVII. Del otro lado del pasadizo el tiempo está hecho de otra sustancia. Y no es la noción de Eternidad la que está en cuestión. Todo lo contrario. Se trata del movimiento y la evolución del tiempo. En las selvas de América el origen del mundo vuelve a suceder a diario. Con él, tornan a surgir todas las cosas.
Los parajes a los que arriba la expedición son los mismos que eran en el principio de los tiempos (218). Allí, los árboles muertos después de siglos eran atacados por el rayo:
“…el coloso, nunca salido de la prehistoria
acababa por desplomarse, aullando por
todas las astillas, arrojando palos a los
cuatro vientos, rajado en dos, lleno de carbón
y fuego celestial…” (216)
Para el cura, el pasado remoto y el reciente son la misma cosa. Cuenta historias de otros clérigos asesinados por indios (220) como habiendo sucedido en la víspera.
Al reanudarse el viaje, el clérigo, ofuscado con Yannes por ser éste el culpable de lo avanzado de la hora de partida, se transforma en un despótico pero eficientísimo Caronte. No rema, pero guía la embarcación a través de la feroz tormenta (222).
La misa que da Fray Pedro en la selva es también reveladora para el protagonista:
“…de súbito nos deslumbró la
revelación de que ninguna diferencia
hay entre esta misa y las misas
que escucharon los conquistadores de
El Dorado (…). El tiempo ha retrocedido
cuatro siglos” (230).
Luego, el tiempo retrocede hasta la Temprana Edad Media (232). Ese pasado, solamente conocido por él a través de cuadros, se hace palpable (233).
Los hombres que reinan en esa selva son hombres que usan cuchillos de piedra e instrumentos de hueso. Esto sucede en América, donde el hombre puede darse la mano con el que fue hace miles y miles de años (106). De la invención del lenguaje (239) pasa directamente a observar el origen mismo del mundo. Las grandes mesetas son monumentos que se alzaron en la tierra cuando no existían ojos que los mirasen (241).
Esa naturaleza aún no sometida por el hombre contrasta con ese otro mundo de naturaleza domada donde ya no tienen lugar los mitos ni los dogmas y (121) donde todo lo anhelado por su padre, Erasmo incluido, no podía disimular los horrores de la Mansión de Calofrío (125).
Cuando el músico había oficiado de lenguaraz durante el transcurso de la segunda guerra mundial, asqueado de las atrocidades del mundo civilizado, hizo un primer cruce sobre el agua. Este primer pasaje, algo mayor que el caño El Pintado, es el Océano Atlántico (121) y constituye un remoto primer desengaño.
Finalmente, esa naturaleza no domada de las selvas americanas tampoco ha sido nombrada. A diferencia de otras cosas tocadas por el hombre civilizado que anhela poner nombre a todo lo que ve, ese paisaje puede algún día desaparecer del planeta sin ser tocado por la palabra (268).
Bibliografía