Las mujeres y su función en Los pasos perdidos, de Alejo Carpentier
Daniel Pezzella
Facultad de Ciencias Sociales
UNLZ
Declara Alejo Carpentier (1) que en América subsisten ‘mitos’ que en Europa han sido relegados a la retórica y a la erudición y cuyo estudio fue siempre realizado en función de su raíz semítica o mediterránea.
Podemos pensar también que tópicos como raptar a la mujer ajena, asesinar a la madre adúltera y al amante de ésta a fin de vengar al propio padre o emprender un largo y peligroso viaje para regresar a la seguridad del hogar paterno y al legítimo tálamo conyugal, forman parte de un repertorio finito de acciones que suceden una y otra vez en cualquier lugar del mundo. Este movimiento de borrar la identidad, ya no de personas sino de acontecimientos, ocurre en toda la novela. Y esto es así en alusión a la materia mitológica y a la histórica también: lo que sucede no es similar a lo que alguna vez aconteció, es, de hecho, la misma cosa.
Las mujeres de la novela Los pasos perdidos, Ruth, Mouche y Rosario, son respectivamente la esposa legítima, la amante y la ‘mujer’ del protagonista. A la vez son, en un gesto que supera lo alegórico, otras mujeres que en su tiempo fueron eso que ellas son ahora.
Referirse al código onomástico será de gran utilidad. Ruth es un personaje bíblico casada en dos oportunidades, viuda desamparada luego de la muerte de su primer marido y conocida por su pueblo como mujer virtuosa; Mouche, en francés, significa mosca o lunar artificial; Rosario, para los católicos, es el rezo de la redención.
De Mouche dice el protagonista que su formación intelectual provenía del baratillo surrealista (2). Dada a la astrología, se rodeaba de intelectuales y artistas de dudosa laya para legitimar una también dudosa profundidad espiritual e intelectual. Mouche era artificial y engañosa como los “mouche” (lunares) que las cortesanas usaban para, junto con otros afeites, disimular los años, o las muchas noches en vela. Su exterior, sostenible en la gran ciudad, contrastaba con su interior que se derrumba en el viaje a la selva y se revela en toda su fealdad vuelta a la civilización. Desde de que se enteró de que él viajaría se convirtió en una autentica mosca (mouche) que no cesa de importunarlo a cada paso.
Sin embargo, el incidente de la pelea con Yannes (3) coloca a Mouche, al menos momentáneamente, en el papel de ‘legítima’. Allí, lejos de los sitios habituales, ausente Ruth, no habiendo intimado él aún con Rosario y por oposición al oficio rentado que ejercían las otras mujeres (4), la ‘legítima’ es Mouche. Avanzado el viaje, la astróloga va marchitándose progresivamente y sus encantos ya no inflaman el deseo del músico
En el Antiguo Testamento, Ruth, la moabita, da a su nuevo esposo un hijo del cuál con el paso de las generaciones nacerá David. La moabita es una mujer conocida de todas por su Virtud. La Ruth de la novela, en palabras de su ‘legítimo esposo’ monta una farsa en la que representa ante los ‘jueces’ el papel de esposa herida en su virtud. Finge un embarazo (5) para retener al hombre que ya no la ama e impedirle que vuelva con Rosario.
Los papeles se invierten aquí. De ser la abnegada esposa que espera la vuelta del marido, Ruth se transforma en la ‘hechicera’ que hará todo lo posible por retener al hombre ansioso por partir, como Odiseo, quien durante su viaje de regreso a Ítaca permaneció al lado de la hechicera Circe, con la que tuvo un hijo, pero a quien finalmente abandonó para volver a su amada patria.
Ahora bien, si en este caso Ruth actuó como Circe, Rosario no se comportó como Penélope, dado que a su regreso a la selva el protagonista descubrió que se había ‘casado’ con El Adelantado y esperaba un hijo de él.
En la tradición católica el rosario es el rezo popular que recuerda la redención realizada por obra de la muerte y resurrección de Cristo para liberar a los hombres. Redención también es liberación de poderes sobrenaturales. Implica la idea de salvación pero, a la vez, la de un precio a pagar.
Cada una de las tres mujeres, en su momento, guió al narrador, como Beatriz a Dante, en su recorrido.
Formalizada su relación con Ruth, aquél decidió dedicarse a tareas relacionadas con su oficio, la música, pero que no podían brindarle ninguna satisfacción artística. Eran tareas que respondían al modelo de arte producido industrialmente y que sustenta a la sociedad de consumo.
Cuando la pasión por Mouche llenaba los vacíos que dejaban las ausencias de Ruth, el músico compartía de buen grado las veladas con artistas e intelectuales que sucedían casi a diario en casa de su amante. Aunque esas personas estuvieran a años luz de los hombres de cantidad y beneficio (6), también lo hastiaban. Lo mismo sentía por la Novena Sinfonía y por Schiller: “como muchos hombres de mi generación aborrecía cuanto tuviera un aire sublime. La oda de Schiller me era tan opuesta como la cena de Monsalvat y la elevación del Graal”. (7)
La Novena Sinfonía (8) vuelve a su vida en las primeras etapas del viaje y las estrofas de Schiller pintan el cuadro de lo que la cultura europea había creído de sí misma durante siglos y las dos guerras mundiales se habían encargado de reducir a una burla patética y cínica a la vez.
Después del incidente ya mencionado de la pelea de Yannes, Mouche empieza a repugnar al protagonista. El golpe de gracia lo da Rosario al tratar de prevenirlo sobre nuevos enfrentamientos con el Buscador de Diamantes.
“Cuando el hombre pelea, que sea por su casa -no se qué entendía Rosario por ‘mi casa’, pero tenía razón si pretendía decir lo que quise comprender: Mouche no era mi casa (…) era aquella hembra alborotosa y rencillosa de las escrituras”. (9)
Llegado el relato a este punto, se opera el primer pasaje: cambiará de guía porque Mouche desentona con el paisaje y con él mismo. Tal vez sea mejor decir ‘con el hombre que empieza a ser’. A medida que las horas pasan, crece la figura de Rosario. (10)
Sin embargo, un obstáculo se yergue entre ambos. Son creencias, formas de pensamiento y hasta algo que podría unirlos, pero que sus antepasados septentrionales habían dejado de lado y conservado solamente en las formas: la fe de Cristo. (11)
A medida que el viaje avanza y él se acerca a Rosario, no solo pierde terreno Mouche, que a estas alturas ya había dejado su legitimidad en la isla de la misión abandonada. La figura de Ruth se desdibuja en su memoria, y todo parece listo para su encuentro con Rosario. (12)
Según Alejo Carpentier, Los pasos perdidos es la historia de una resurrección momentánea (13). Este lapso de vuelta a la vida puede situarse entre la noche en que posee a Rosario por primera vez y el instante en que se entera de que ella está embarazada de Marcos.
Desde el momento preciso de transformarse en ‘tu mujer’, Rosario pasa a convertirse también en ‘su casa’, esa casa que Mouche nunca fue y quizás Ruth tampoco. Esto crea nuevos dilemas al protagonista. El fraile lo conmina a formalizar con una sola mujer. Lo que el cura ignora es que hay una tercera y, lo que es peor, están casados por rito hereje, o sea, protestante.
Al lado de Rosario redescubre hasta su nombre. En boca de ella el nombre de él cobra una dimensión nunca antes alcanzada (14). Es de suponer que para vivir y trabajar ‘allá’, en la gran ciudad, haya cambiado alguna sílaba de su nombre, tal vez una letra, para darle forma sajona. Rosario revierte esto y al transformar (15) el nombre en algo nuevo, lo transforma a él.
La relación que une a la pareja no es una relación formalizada, ni por las leyes de Dios ni por las de los hombres. Ser tu mujer es anterior a ser tu esposa (16). Lo es de manera lógica y cronológica. Por esto Rosario corre con ventaja sobre Ruth y Mouche, que son apenas la esposa y la amante.
El vínculo del narrador con Rosario encierra, además, una coincidencia ‘matriz’. La lengua que habla con ella es la misma lengua que hablaba con su madre (17): el castellano. Con su padre hablaba alemán, con Ruth, inglés y con Mouche, francés. Este descubrimiento lo hace el protagonista mientras busca un texto que lo ayude a poner palabras a su obra y cae en la cuenta de que solamente tiene a mano una Odisea en castellano.
Vuelto a la civilización, el personaje recuerda un cuadro que había en casa de Mouche. Éste representaba a la Hidra, a la nave Argos y a Berenice. Decidido a volver para siempre a la selva, Ruth es la Hidra de la cual debe escapar y Rosario es la Berenice que lo espera al pie de las Rúbricas del Diluvio.
Yannes lo despierta de su sueño cuando vuelve a la selva: “Ella no Penélope. Mujer joven, fuerte, hermosa, necesita marido. Ella no Penélope. Naturaleza mujer aquí necesita varón”. (18)
Había huido de Escila y Caribdis para regresar al hogar y se encontró con que Penélope se había dado a uno de los pretendientes.
De las tres mujeres, la más estable es Rosario. Siempre quiere lo mismo y con él o con Marcos lo consigue. Ruth es mucho más inestable. Primero quiere ser actriz, luego esposa, luego madre. Cuando el vuelve le ofrece su amor. Rechazada, decide hundirlo. Mouche es un poco más estable que Ruth y mucho menos que Rosario. Instalada otra vez en la ciudad, y luego de traicionarlo, pretende recobrar el estado inicial de su relación.
Tres son las instancias culturales que se disputan al protagonista. La cultura europea, erudita y basada en supuestos que las dos guerras mundiales muestran en su endeblez, tiene en Mouche una guía a la medida. Ella es artificial y conviven en su interior la superstición y una pretendida erudición dentro de cuyos límites quiere encerrar y así explicar todo lo que conoce.
Por buscar la seguridad material para Ruth, el músico decidió cargar su piedra de Sísifo (19). Relojes, cronógrafos, metrónomos (20), horarios, obras de arte producidas en serie, un anonimato que lo devoraba y una esposa a quien era más factible ver en un anuncio de publicidad que conviviendo a la manera de sus padres, eran las ‘delicias’ de la vida moderna en la gran ciudad y, en definitiva, constituían las características de la cultura y de la vida pequeñoburguesa. Sin las pretendidas preocupaciones filosóficas, humanísticas o intelectuales de otros tiempos, el Occidente moderno ofrecía la existencia perfecta, organizada, satisfecha pero vacía que nuestro hombre vivía junto a Ruth.
Rosario guía al protagonista en su viaje de aprendizaje. Ella no está atada a su paisaje o su cultura. Ella forma parte de ese paisaje:
“De la mañana a la tarde y de la tarde a la noche, se hacía más auténtica, más verdadera, más cabalmente verdadera, más cabalmente dibujada en un paisaje que fijaba sus constantes a medida que nos acercábamos al río. Entre su carne y la tierra que se pisaba se establecían relaciones escritas en las pieles ensombrecidas por la luz, en la semejanza de las cabelleras visibles, en la unidad de las formas.” (21)
Rosario era una con las otras mujeres. Con las actuales y con los ancestros (22). Nadie mejor que ella para guiar su descubrimiento de sí mismo y el de su origen.
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Notas